Diversos estudios han demostrado
ya con creces la influencia de la extracción social, el nivel cultural o los
estudios de los padres en la formación de lectores. Parámetros sobre los que a
menudo hay poco margen de maniobra. Sin embargo, hay otro factor fundamental, a
veces olvidado, sobre el que sí existe una cierta –o enorme– capacidad de
actuación: la actitud de la familia hacia la lectura. Esta actitud es
determinante a la hora de establecer la relación del niño con el mundo cultural
en general y con el de los libros en particular. Por más que descarguemos en la
sociedad, la enorme oferta de ocio y la escuela la responsabilidad (o culpa) de
segar la afición lectora de la nueva generación, hay acciones muy sencillas que
como padres y madres podemos tomar en cuenta a la hora de fomentar la lectura
en nuestros hijos:
· Lee con ellos… y sin ellos: así como de padres aficionados al
fútbol crecerán casi seguro hijos futboleros, los niños en cuya presencia se lee,
mimetizarán lo que ven.
· Lee
en alto para ellos, aunque ya sepan leer: un cuento, un primer capítulo…
lee relatos que los enamoren y ellos buscarán nuevas historias. · Lee tus
propios libros, cuéntales de qué tratan y cómo te emocionó lo que hizo tal o
cual personaje. Vale inventar. Y funciona de maravilla cuando los hijos son
algo mayores. Es más fácil hablar de lo que a uno le preocupa cuando el
protagonista del problema es alguien que no existe, y qué grandes
conversaciones padres-madres-hijos permite la lectura…
· Regala libros, ve a la
biblioteca, acude a la librería, participa en actividades literarias:
incluye ocio lector en el tiempo de ocio; esto fomenta la relación con la
lectura, trasciende las páginas de los libros y asocia experiencias placenteras
al «vicio» de leer. Allí encontrarás además expertos que os ayudarán a elegir
libros maravillosos.
· Crea un rincón de lectura: los espacios son importantes, un puf
para sentarse, una tienda de campaña infantil (y secreta) para interior, unos
adornos en la pared, una pequeña estantería con los libros expuestos y un
cuenco con frutas, avellanas o algo que le guste… Le encantará sentarse allí.
Pero ojo: solo vale sentarse «si vas a leer».
· Deja que elija sus lecturas: leer es un placer, y para que lo sea
uno debe leer lo que le apetezca… Es inconcebible que un adulto vaya a la
librería y el librero le obligue a comprar tal o cual libro; del mismo modo,
uno sabe desde que tiene uso de razón qué le gusta y qué no.
· Ayúdale
a construir su propio itinerario: tu hijo elegirá qué quiere leer, pero
procura –de la forma más discreta que sepas hacerlo– que vaya recorriendo un
camino, que– al igual que en matemáticas pasa de la suma a la resta, y después
a la multiplicación y la división– las obras que lee vayan siendo cada vez más
exigentes, que sean siempre un placer… y un reto. Esto son solo algunas ideas,
pero si después de la lectura fugaz de este artículo hay una sola que merece la
pena recordar es la siguiente: la pregunta importante, parafraseando a Ana María
Machado, no es tanto «cómo hacer lectores a nuestros hijos», sino «cómo
convertirnos nosotros en lectores». Si nosotros leemos, si encontramos esa luz
que nos da en los ojos un buen libro… ¡ten cuidado! Es peligrosamente
contagioso.
Paloma Jover, Editora Ejecutiva
de Literatura Infantil y Juvenil de SM